─Papiiiii, veniiii veniiiií papiiiiií mirá─ grita desaforada, a imagen y semejanza, la florcita pequeña.
Torpe, atolondrado, arrojo a cualquier parte las herramientas de emulador de carpintero y corro desde la cueva hasta el verde del bohío donde se encontraba ella.
Al verla quedo paralizado. Estaba serena, erguida y bella como un girasol con su cabeza en dirección al cielo.
Me acerco en silencio y quedo a su lado en la misma posición.
─¡Mirá que hermosa carita!─ agrega con la ternura de los niños asombrados.
El sol cabeceaba las nubes grises haciéndose un lugar en el oscuro cielo y allí se dibujaba el resultado de su imaginación, de su vuelo, de su fantasía que ahora completamente me envolvía.
─¡Mirá que hermosa carita!─ agrega con la ternura de los niños asombrados.
El sol cabeceaba las nubes grises haciéndose un lugar en el oscuro cielo y allí se dibujaba el resultado de su imaginación, de su vuelo, de su fantasía que ahora completamente me envolvía.
─¡Qué her mo su ra!─
balbuceé como grandote atragantado por las simples cosas de la vida
porque veía en esa inmensidad la carita de su corazón de amor.
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