─ Se murió unos de tus amores, me imagino que estarás triste, te llamo para darte un abrazo─ le dije, con tono afectuoso pero sin melancolía, a mi madre al conocer la noticia. Ella río estrepitosamente. Nunca habíamos hablado de eso, pero hoy con ésta sola frase nos reencontramos con los recuerdos.
Si hay algo que nos marca en los primeros pasos al caminar es la música.
Ella viene con el viento desde las casas vecinas, desde la radio
ruidosa, del equipo que suena sin límites, cuando arrulla nuestras
noches o es emitida por las cuerdas vocales de los seres más queridos
que tenemos cerca. Y viajamos cuando pensamos en sus letras. Claro que
hay viajes, y viajes. Cómo olvidar esos iniciales estremecimientos de
mente y cuerpo ante fantasías producidas por letras que hablaban de
abrazos, deseos, besos, amarse, viajar hacia el otro, del dolor por el
olvido de ella, de plantar una flor bajo la lluvia, de que una mujer era
como la primavera, de la fiebre que se siente cuando se sueña con otro,
del pelo, del aroma, de la boca...y la imaginación no paraba,
volabamos cuando eramos pequeños y teníamos que soportar las
interminables veces que mi madre cantaba tan dulcemente, porque lo hacía
muy bien, cuando volvía de trabajar y ponía la música para seguramente
ahogar las penas de un jornada más de duro esfuerzo para que nosotros
pudieramos algún día seguir soñando despiertos y con una sonrisa.
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