Urbe y semáforo III
Cuando de a pie uno anda, otras anécdotas surgen y se invierten los papeles de esta gran obra que se desarrolla permanentemente en la Urbe.
Con paso lento, pues el día laboral callejero finalizaba con el avance de la oscuridad, me desplazaba por una vereda entre otros cansinos iguales. Estos agudos oídos separaron del ruidoso ambiente una discusión subida de tono que provenía de la calle y más precisamente de un auto en también cansino movimiento. Entre voz grave y gritos de agudos se acusaban en ponerse de acuerdo con algo. Eran cuatro, tal vez cinco. Uno mira de reojo esas situaciones, pero cuando el auto frena de golpe a la par, se alertan los mecanismos de defensa por haber vivído sucesos que no viene al caso relatar ahora.
Sabía que se dirigían a mí, a pesar de haber podido elegir a cualquiera de mis eventuales acompañantes de vereda, y el grito no se hizo esperar:
─ ¿Pizza o milanesa?
─ Milanesa! (respondí gritándo y sin pensar)
─Bravoooo. Nooooo. Siiiiiii. Huijaaaa.
Sólo pude identificar al que manejaba como miembro del partido de la milanesa porque la bocina comenzó a sonar estruendósamente. Aplausos y puteadas eran dirigidos hacía mi persona en forma alternada, mientras todos reíamos, incluídos los demás cansinos que como yo seguimos nuestra sonriente marcha moviéndo la cabeza hacía ambos lados como muñequito de auto.
El semáforo dió luz verde y todo volvío a la anormalidad en las calles de Buenos Aires.
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