Hace muchos años alquilaba mi fuerza de trabajo a cambio de
libros.
No había dinero más que para los viáticos y ofrecieron
pagarme con libros rusos.
Pensé en el alimento cotidiano y divisé la solución en
amigos, las compañeras del momento, y unos fideos municiones con tomate arriba,
más la necesaria e infaltable yerba cotidiana. Caminando un poco más de lo
habitual todo cerraba, casi perfecto, al quedarme con los denarios de los
viáticos.
Me alimenté con los encuadernados tapa dura rusos de todo
tipo, desde infantiles hasta técnicos. La mayoría eran de la Editorial Progreso
de Moscú, de la Academia
de Letras, o de otras pequeñas editoriales rusas para lengua extranjera y todos
impresos en la vieja Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Accedí a autores que Occidente ocultó durante muchos años.
En literatura tenía la firme idea que el más brillante y
padre de todos los novelistas rusos era Dostoievsky, lo cual, con el paso de
las páginas del tiempo al dañar la vista a fuerza de pasión, fue modificada al
valorar a otros grandes escritores. Los dedos de una mano desplazaron al genial
creador de los Hermanos Karamazov a los dedos de la otra mano.
No todo lo que nos llega es lo mejor por ser lo más conocido.
Así fue como Puschkin, Lérmontov y Gogol, pasaron a ser los padres
creadores de la literatura rusa, y luego Turgueniev, Tolstoi, Goncharov, maestros
novelistas ofrecieron una nueva posibilidad de aprender junto a las plumas más
descollantes de la historia de la literatura rusa. No es menester nombrar a
todos, pero Gorki, Nekrasov, Grigorovich, y otros tantos acompañaron
este aprendizaje casero de la creación desde tierras tan lejanas.
Dostoievski era producto del mercado en expansión de ese
momento histórico, y sin restarle genialidad a sus obras tiene su logrado lugar
entre los maestros, pero no es el único ni el mejor en la gran mesa de la
literatura rusa y universal.
[dde el Bohío]
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