En el borde del camino hay una silla,
la rapiña apunta aquel lugar...
...en la madrugada del 2 de febrero de 1931 en uno de los cuartos de la Penitenciaría Nacional Argentina, en la esquina de las calles Coronel Díaz y Chavango (hoy Av. Las Heras).
El pelotón de fusilamiento firme, los dedos listos a doblegarse frente a la orden final, aquella que determina que una bala salga del cañon y que debido a la velocidad e impacto penetre y dañe el objetivo: un hombre.
Los fusiladores observan al muchacho que a pesar de estar atado a una silla con las muñecas esposadas delante de su cuerpo y brutalmente torturado, se halla erguido y con una pequeña mueca en su boca, como sonriente, con sus ojos bien abiertos mirándolos fijamente. No hay temor en su postura ni en su mirada, hay dignidad.
Quienes portan las armas, argentinos miembros de las fuerzas del Estado que rige y exige ley y orden para los poderosos, bajo la dictadura del general José Uriburu, se soprenden, ante las palabras que resuenan fuertemente desde el pecho del joven condenado en una exclamación mezcla de humorada final y convencimiento de sus ideas, al oír:
SEÑORES, BUENAS NOCHES. “¡VIVA LA ANARQUÍA”
Luego, la orden final: fuego, y Paulino Scarfó murió fusilado
Marcelo Cafiso
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