Uno vuelve siempre allí donde se siente cómodo. Donde vislumbra que hay algo más por descubrir detrás de los incipientes intercambios. Donde hasta las discusiones y desaveniencias tienen sabor agradable. Vemos las migas de pan por el camino que nos conducen una y otra vez a ese sitio. Y cuando los gorriones las engulleron, nosotros mismos las lanzamos como estela de nuestro navegar hacia el mar de los placeres de las relaciones humanas.
Ir a comer una y otra vez al chadopiff del tano Ricky y sus milangas baratísimas y riquísimas se hizo una costumbre de aquellas jornadas en que la soledad es compañera. Ni son tantas ni son pocas, son las que existen en la vida de cada uno aunque a veces estemos rodeados. Encontré otro diferente espacio donde discutir con otros trabajadores, esos que se levantan a las 4.30 de la madrugada y se detienen a almorzar porque deben continuar hasta las seis o siete de la tarde. Esos, los obreros de verdad. El tano Ricky, cincuentón y pico, pinta de laburante de abajo, aspecto descuidado, barba de días, gorrita, ropa erosionada; atrae a los trabajadores, dialóga, hace chistes, pero no discute, deja preguntas que interpelan y en su esencia cuestionan. Ese método particular me llamó la atención y aunque utilizara palabras y gestos sencillos en el trato, percibí que había una deliberada actuación que ocultaba algo más que un laburante cocinero de milangas. Indagué suavemente como para no romper los moldes. Poco y nada. El tiempo fue pasando. Cambié la estrategia y dedique las palabras a generar discusiones con los comensales. Obreros de vino tinto y cerveza a mediodia con las opiniones mas dispares y disparatadas que acuna nuestra sociedad. Los ánimos se caldean siempre. No falta el conservador, el que putea a todo, el que desea la vuelta de los milicos, el que dice que los derechos humanos son una mierda, el por algo habrá sido, el que dice que hay laburo pero que nos explotan igual, el que dice que al menos sus pibes van a la escuela pero el se mata laburando, trabajadores bien de barrio, bien de abajo y un abanico amplio de posturas que van cambiando o no, según el meollo de la cuestión. El tano Ricky se percató de la nueva estrategia de este provocateur y entró en confianza asociándose a las dagas de la conciencia sin revelar el acuerdo clandestino que surgió desde el silencio jamás revelado. Ya no era el mismo, ni yo tampoco. Gestos y miradas con el Ricky son suficientes para desencadenar nuevos debates entre los de las mesas, de la barra o los parados. El arte de la discusión me apasiona y dejo una parte de mí en los enardecidos intercambios.
Hasta que cierto día estando sólos y cambiando figuritas de ideas y pensamientos me dijo: "Sí, como dice en 'Puerca Tierra'".Lo corté, no pude contenerme y le espeté un violento: ¿Cómo?, ¿Vos leés a Berger? y sonriéndo cómplicemente me responde, podemos hablar de sus obras o de los Hermanos Karamazov o de (...) Reímos.
Había que tener paciencia, estaba oculto detrás del personaje y surgió el verdadero de la mano de John Berger, ese contemporáneo magistral y autodidacta escritor de la vida que se sentó a la mesa del barcito del barrio para brindar con nosotros y comer una deliciosa milanesa de pobre.
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