domingo, 10 de junio de 2012
Historias de la Feria del Libro (Nº no se cuánto). ¿Ud. es el Director de la Editorial?
La tarde, en exceso apacible, transcurría como si el tiempo fuera una caricia áspera que lástima hasta las vénulas. El stand fue visitado por dos suspiros suspendidos en el aire denso de la soledad. El compañero caminaba de un extremo a otro buscándo lo inexistente, mientras mi cuerpo se arrinconaba en una clásica silla "Mascardi", plastica y blanca, como casi todas al principio, para luego envejecer y volverse grises a diferencia de nosotros que nos vestimos de pieles transparentes y frágiles destilando el color original. La comitivia oficial de saco y corbata visitaba a los expositores. Habían pedido que los encargados o directores estuvieran al frente de no se qué imaginaria orquesta en un sistema que se deleita con palabras estériles y estúpidas. El intendente y su séquito de correveidiles, (para no ser grosero y decir limpiasables de boquitas fruncidas) llegó al puesto de Nuestra América. Saludó al compañero M. y preguntó con sonrisa estereotipada (como la de las azafatas) ¿ud. es el Director de la editorial ?. El compañero enrojeció, giró levemente la cabeza hacia el rincón de los sueños irreductibles y señaló al desarrapado que roncaba como si estuviera en las playas de Taipé. Adiós, déle mis saludos cuando despierte; dijo el funcionario y se fue arrastrándo su hipocresía funcional.
domingo, 3 de junio de 2012
Abre la puerta y entra a mi hogar que el corazón delator llama.
Abre la puerta y entra a mi hogar que el corazón delator llama.
Sólo duermo cuando el frágil cuerpo no resiste más. Semidormido,
perdído, aterrado, busqué de donde venían los golpes. Sólo Poe podía
traer realidad a la imaginación, era el corazón delator. Sin coherencia.
Busqué las luces, pero estaban todas prendidas. Los cuzcos desesperados
presagiaban lo peor desde lejos. Salí en busca de la mujer
enterrada y de los orígenes de semejante concierto perruno. Bajé, abrí
puertas, avancé los primeros metros así como me levanté, el frío
despabila. El corazón se detuvo, no hubo más delación, sólo desesperados
perros. Al llegar a la zona de entrada, donde no hay puerta sino
portón, hallé los orígenes de la realidad. Había ingresado ¿hacía dos
horas?, sonreí ante el espectáculo. Tarareé la chacarera. Cerré el
portón del Bohío.
Los cachorros del Bohío se calmaron ante las
caricias de gracias. Recordé a Poe. Regresé, porque en algún momento
llegué y también me fuí sin irme.
Ahora quedo, estando, todo está igual, pero algo volvió a cambiar.
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