En el año 2005, Montevideo nos llamaba nuevamente para realizar labores culturales representando a Cuba, que sería país invitado de honor en la feria del libro del 2006 .
Volver a Uruguay es siempre motivo de alegría, por razones variadas que nos unen a los rioplatenses y entre los cuales sólo nos separa el gran y más ancho río marrón.
En una de las noches de la feria, los compañeros cubanos me invitaron a compartir un modesto brindis en el consulado cubano de Uruguay con motivo del nuevo logro.
La familiaridad entre cubanos, algunos argentinos, y uruguayos era de entre casa. Picadita, vino, whisky, ron y alguna que otra bebida sin alcohol.
Un amigo cubano, Iroel, que vino especialmente de la Isla para este evento me dijo que quería presentarme a alguien muy especial. De la mano de los cubanos he conocido a gente maravillosa, por lo tanto confiado como en otras muchas oportunidades, fui sin darle respuesta y llegamos a uno de los ambientes de la casa donde estaba un viejito sentado cómodamente en un sillón frente a una mesa ratona, de vidrio, donde descansaba –por momentos- un vaso y una botella con un contenido amarillento.
El amigo cubano se acercó al hombre y le habló al oído durante unos segundos.
El viejito levantó su mirada, extendió sus brazos invitándome a un abrazo desde el lugar donde estaba placenteramente reposando, para luego del saludo, sentenciar amablemente:
─Sentáte Marcelo─ me dijo con tono campechano.
─Gracias. Un gusto, Don Mario, cómo le va─ le respondí asombrado y maravillado.
Me senté con timidez en el sillón a su izquierda, sonriendo más alegre que en fiesta de cumpleaños, al estar allí junto al admirado Poeta, por sus poemas, por sus escritos, por su vida.
Don Mario, como le había dicho [no sé porque, pero así salió, así lo recuerdo, y así lo llamé durante el compartir] comenzó a hacerme preguntas sobre la Feria, los libros, Argentina, nuestra editorial, la familia, y el diálogo se fue tornando ameno y alegre. Sus palabras brotaban con ternura, con delicadeza, sencillas y amables, como las de un abuelo que desea saber todo de un pibe que podría ser su nieto. Se interesó por mis hijas, preguntó sus nombres, que hacían, hablamos un buen rato de lo que él quería saber.
Pero no podía guardarme un par de cosas que jamás imaginé que tendría la oportunidad de transmitírselas personalmente y en ese ambiente tan sosegado le dije:
─Sabe Don Mario que uno de los poemas que me eriza la piel y que siento que lo escribió con las entrañas es, “Consternados, rabiosos”─ Hice una pausa, dejé que el silencio hablará y continué observando su dulce mirada.
─Y que Ud. no lo mencione por sus conocidos nombres, Che o Ernesto, sino por el que le otorgó la historia y los pueblos sellando al final: “Comandante”, me estremece hasta los huesos cada vez que lo recuerdo?─ y el silencio siguió hablando.
─Y que otro de los suyos, “te quiero” tiene un lugar especial en mi vida por los recuerdos más bellos de los momentos de amor vivídos? ─
Don Mario, miraba a los ojos, con los suyos pequeños, cansinos, pero profundos y tiernos. Extendió su mano hasta el vaso que lo esperaba en la mesita, lo acercó a sus labios, bebió un sorbo, y luego en un gesto que desbarrancó mis emociones, lo extendió hasta el centro de mi pecho. El silencio hablaba.
Bebí de él, bebí de don Mario sellando así un encuentro por siempre, y aún después.
Hasta Siempre, Don Mario Benedetti,
por un mundo subvertido,
para una Humanidad con sentido.
17 de mayo de 2009.
A continuación, ambos poemas que marcaron nuestro encuentro.
Así estamos |
Te quiero
Tus manos son mi caricia,
mis acordes cotidianos;
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor, mi cómplice, y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada;
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro.
Tu boca que es tuya y mía,
Tu boca no se equivoca;
te quiero por que tu boca
sabe gritar rebeldía.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
Y por tu rostro sincero.
Y tu paso vagabundo.
Y tu llanto por el mundo.
Porque sos pueblo te quiero.
Y porque amor no es aurora,
ni cándida moraleja,
y porque somos pareja
que sabe que no está sola.
Te quiero en mi paraíso;
es decir, que en mi país
la gente vive feliz
aunque no tenga permiso.
Si te quiero es por que sos
mi amor, mi cómplice y todo.
Y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.
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