Nota Editorial
Los versos sencillos aparecieron publicados por vez primera, en New York, Louis Weis & CO., Impresores, No.116 Fulton Street - 1891, en el mes de octubre.
Conocer el contexto en que fueron escritos y publicados, muchas veces, nos da un claro en el firmamento del pensamiento que nos circunda cuando tocamos las nubes de sus poemas.
El período que afecta la escritura y publicación de los Versos Sencillos abarca desde 1889 hasta 1891, y es, digamos, bastante convulsivo en torno a transformaciones y decisiones que el poeta debió tomar.
En el prólogo, que acompaña esta edición, escrito por Martí, “Mis amigos saben”, lo cuenta todo sin detallar un todo. Cuando dice: “Me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos”, hace referencia a un tiempo de enfermedad física, y seguramente espiritual, en el que se recluyó, en agosto de 1890, en las montañas Catskill, en Nueva York, Estados Unidos. Sigue dejando pistas del contexto de su vida cuando en su prólogo menciona “invierno de angustias”, y una reunión de “los pueblos latinoamericanos bajo el águila temible”.
Tiempos violentos. Tiempos de búsqueda de paz espiritual. Tiempos de sencillez y madurez. Tiempos de acción.
En el período antes mencionado, y en el marco de la Primera Conferencia Internacional Americana celebrada en Washington, es cuando escribe sus discursos americanistas y su célebre “Nuestra América”; participa también en la Conferencia Monetaria en calidad de delegado; deja de escribir y publicar la Edad de Oro por las presiones ridículas del editor que intenta obligarlo a dirigir su pluma sobre educación religiosa; vive la separación definitiva de su esposa; siendo corresponsal del diario La Nación, Cónsul de Argentina y Uruguay renuncia a todos estos cargos y se encamina decididamente a la conformación del Partido Revolucionario Cubano para encarar la Guerra de Independencia.
En este contexto, nada sencillo a contrapelo del título de su libro, es que José Martí, en una velada de compañeros, amigos y poesía, el 13 de diciembre de 1890 lee sus poemas en su casa y deciden su publicación ante la reacción entusiasmada de sus amigos.
Numerados del I al XVLI, estas composiciones poseen una unidad, una continuidad de momentos y situaciones que, como siempre en la poesía de los verdaderos poetas, se nos va revelando y adentrando cuando dejamos que como el sol a la piel, los versos nos lleguen al corazón.
Muchos de nosotros seguramente conocemos varios de estos poemas y nos llevamos una sorpresa cuando al leerlos, a pesar de estar titulados con números, los recordamos por un nombre. Y aunque no lo tengan en los papeles, han sido rebautizados, porque lo popular certifica a través de la memoria y la repetición oral sentida, dándole autonomía y validez nova a algo que era diferente ayer. Y así se han difundido en toda Latinoamérica y en buena parte del mundo. ¿Acaso el poema IX es recordado como tal o como “La niña de Guatemala”? Fue popularizado por el dúo musical uruguayo: Los Olimareños. ¿O sabemos que La Guantanamera de Julián Orbón nace del verso I de este libro y ha recorrido todo el planeta? ¿En las escuelas se recuerda el verso XXXIX o “La rosa blanca” ? O como “la bailarina española”, y tantos otros que han adquirido nombre propio y se han expandido en un vuelo irrefrenable. Así son los versos de José Martí, rompen los muros, los esquemas y se adentran entre aquellos por los que escribió y luchó hasta el final de su vida: “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”.
[desde el Bohío]
Junio 9 de 2014
Marcelo Cafiso.
De la nota editorial
a la primer edición
Estos versos sencillos tienen un significado muy especial por un acontecimiento sucedido en nuestro stand en la Feria del Libro de Buenos Aires hace un par de años.
En medio del gentío ávido de libros, que revuelven, dan vuelta, toman y dejan, consultan y repreguntan por ellos y sus autores, una pequeña niña con apariencia de ocho pero que vivía ya sus once años, atrajo particularmente la atención. Su delgadez extrema, cabello largo negro , tez morena, ojitos cansinos y ajada ropa, no hacían a la diferencia con los demás niños humildes de nuestro pueblo. Su actitud era la distinción.
La mayoría de los niños cuando arriban a un lugar repleto de libros acuden velozmente al sector de los coloridos y llamativos infantiles. Es natural y agradable ver el interés por encontrar allí las fantasías e ilusiones más dispares a través de las historias clásicas y noveles de la literatura para niños y adolescentes. Pero esta niña, que estaba junto a sus padres y hermanos, observaba detenidamente los mismos libros que ellos, y casi sin tocarlos, leían el título, giraban el ejemplar y hacían lo mismo con la contratapa para luego dejarlo en su sitio sin consultar el precio. Era evidente que la carencia impedía saciar el interés. De repente la niñita tomó un ejemplar de Versos Sencillos y, con naturalidad y libertad, se acomodó en el piso disponiéndose a leerlo tranquilamente. El grupo familiar hojeaba otros libros mientras ella recorría página a página la poesía de Martí. Luego de un tiempo, la madre tocó suavemente los hombros de su hija, que aún permanecía en su mundo de lectura, invitándola a retirarse. Ella la miró a los ojos y le habló, la respuesta fue un leve movimiento de cabeza de lado a lado, insistió pero dirigiéndose a su papá y la escena se repitió.
¿Cómo describir cuando sus manos dejaban el libro sobre la mesa con suavidad y ternura pero con el dolor del desprendimiento no deseado? Sus ojos ya no solo estaban agotados, sino también vidriosos.
Cómo contarles cuando, abrazando los Versos Sencillos contra su pecho, y con sus dos brazos en cruz, protegiéndolo del hurto de un destino injusto —que ya no era—, agradeció con unas lágrimas y una sonrisa que valen más que cualquier moneda que hubieran entregado a cambio. No pude ver claramente su partida pues todo estaba nublado, solo atiné a divisar aquello que Martí dijera en verso “...Alas nacer vi en los hombros, de las mujeres hermosas...”.
Febrero 25 de 2006
Marcelo Cafiso.